Hay historias que parecen escritas por el destino. En San Martín, los hinchas todavía recuerdan con emoción aquel gol de David Robles en Puerto Madryn, en la semifinal del Argentino A 2005/06. Fue un mediodía ventoso y frío, pero nada opacó el grito que él mismo reconoció como uno de los más intensos de su vida. Ese tanto, celebrado con el alma, quedó grabado como uno de los capítulos más fuertes del camino al ascenso y como la señal de que Tucumán lo había atrapado para siempre.
“Ese gol lo llevé grabado para toda la vida. Fue el único que hice en San Martín, pero significó muchísimo, porque llegó en un momento clave y lo grité como nunca”, dijo Robles con emoción al recordar aquella tarde que lo transformó en parte de la historia del club.
Su vida empezó lejos de La Ciudadela; en Formosa, donde se crió en el barrio 2 de Abril. Allí las tardes eran todas iguales: calor, mosquitos y una pelota rodando en la calle. “Era un barrio humilde, pero con la felicidad de jugar todos los días. Eso fue lo que más me quedó de mi infancia”, contó.
El destino lo cruzó con San Martín en 2005, cuando jugaba en Atlético Ledesma y recibió un llamado inesperado. Del otro lado estaban el “Gallo” Juárez y Roberto Dilascio, dirigentes del “Santo”. Apenas escuchó la propuesta, no dudó. “Cuando me dijeron que San Martín quería contar conmigo, acepté en el momento. Sabía lo que significaba ese club y era una oportunidad que no podía dejar pasar”, explicó Robles, quien se instaló en la pensión de General Paz al 2.000, que en ese entonces tenía el club, sin conocer demasiado de la ciudad.
Lo poco que había visto había sido de pasada, de la cancha al colectivo. Esta vez fue distinto: descubrió una provincia intensa, apasionada y con una hinchada que lo impresionó. “No conocía Tucumán, pero apenas llegué me encontré con un club enorme y con una hinchada increíble. Me gustó desde el primer día”, admitió.
En lo futbolístico, el desafío era enorme. El Argentino A era una categoría difícil, pero también un escenario único. “Era increíble jugar con 20.000 o 30.000 personas todos los fines de semana. Cualquier jugador sueña con eso, y yo lo vivía cada 15 días”, recordó. Entre tantas imágenes, una quedó grabada. “Me tocó ir a patear un córner y sentí que la tribuna Pellegrini se venía abajo. Fue impresionante. Hasta hoy se lo cuento a mis hijas y no pueden creer lo que era esa hinchada”, agregó el ex mediocampista.
Amor y familia
En medio de ese presente intenso, el club también le regaló algo más grande que el fútbol: el amor. En 2006 conoció a Silvina, quien trabajaba en la boutique de San Martín. Se cruzaban todos los días y las charlas se fueron haciendo costumbre. “Al principio nos encontrábamos de casualidad; yo me quedaba en el club después de entrenarme y ella trabajaba allí. Tomábamos mates, conversábamos y así empezamos a conocernos”, contó.
Las bromas en el plantel “santo” no tardaron en llegar. Lo cargaban con que pasaba más tiempo en la boutique que en la pensión. Pero lo que empezó como un juego terminó en una historia de amor para siempre. “Con Silvina primero fuimos amigos y después nos pusimos de novios. Con ella formé mi familia y ese fue el gran motivo por el que me quedé en Tucumán”, confesó.
En más de una ocasión se mostró agradecido por aquella decisión. “Siempre estuve agradecido a mi familia; principalmente a mi esposa, por las hijas que me dio. Ellas fueron el motivo más grande para quedarme acá”, dijo con sinceridad, reconociendo que el fútbol lo trajo, pero el amor lo retuvo.
El final de su carrera profesional llegó con nostalgia, como para todos, pero también con la tranquilidad de haberlo dado todo. “Al principio costó porque uno deja atrás la rutina de entrenarse, concentrar y viajar con los compañeros. Se extrañaba mucho, pero entendía que el fútbol es un tiempo nada más y que había que aprovecharlo al máximo”, explicó.
No obstante, a ese vacío lo llenó cuando apareció la posibilidad de sumarse al Senior de San Martín. “Me llamó ‘Pato’ Jiménez, me dijo que estaban armando el equipo y no dudé. Me reencontré con muchos compañeros, nos divertimos muchísimo y hasta salimos campeones. Fue muy especial volver a festejar con esta camiseta”, recordó con una sonrisa.
Robles se siente un tucumano más. “Desde 2007 no volví a Formosa, salvo alguna vez por un partido. Me hubiera gustado regresar para mostrarles a mi familia dónde viví, pero la verdad es que mi vida estaba acá. Mis hijas nacieron en Tucumán y eso lo dice todo”, afirmó.
En el presente, su vida se reparte entre el trabajo y la familia. Desde hace más de una década trabaja en una empresa de apuestas virtual y disfruta de esa estabilidad. De vez en cuando algún hincha lo reconoce en la calle y lo saluda, un gesto que aún lo emociona. “Cuando alguien me cruza y me recuerda lo que hice en San Martín me da una felicidad enorme. Significa que todavía se acuerdan de mí”, dijo.
También suele regresar al complejo, donde ve reflejado el crecimiento de la institución. “Entrar ahí es emocionante porque me recuerda a mis inicios, cuando no teníamos tantas comodidades. Hoy está todo muy cambiado, y eso habla del crecimiento. Además, mi hija mayor juega al fútbol femenino en el club, así que sigo vinculado desde otro lugar”, relató.
Su familia disfruta de Tucumán. Los fines de semana suelen escaparse a Tafí del Valle, San Javier o El Portezuelo, y esas salidas refuerzan la sensación de haber echado raíces en esta tierra. “Tratábamos de aprovechar cada momento. Tucumán tiene paisajes hermosos y salir a recorrerlos en familia es algo que me llena”, recordó.
Nunca imaginó que aquel llamado de 2005 cambiaría para siempre el rumbo de su vida. Lo que comenzó como un paso deportivo terminó convirtiéndose en un proyecto de vida. “San Martín, Tucumán, mis hijas y mi señora… todo eso me atrapó. Siempre estuve agradecido porque acá encontré mi lugar en el mundo”, concluyó aquel mediocampista todo terreno que actualmente disfruta día a día de una provincia que aprendió a amar.